Verdades de la vida

Verdades de la vida

domingo, 17 de mayo de 2020

Diez, quince, veinte, treinta. Alrededor de una treintena, si, por lo menos una treintena. Treinta voces mudas, treinta cuerpos desnudos, treinta almas vestidas que dejaron una estela en el camino.
De algunas solo disfrutó el viento, el suave susurro vibrante de sus voces entrecortadas mientras arrastraban la hojarasca de sus atenciones. Pero era solo viento, con su estela de frescor perecedera y fría. Luego quedó la nada, el vacío, llovieron otras almas.
Estas mojaron su ser, sus manos, su piel. Corrieron por su cuerpo cuales ríos por veredas fangosas, arrastraron piedras y peces, pero luego quedó el frío, la humedad que arruga la piel hasta casi entumecerla. En algunos casos la humedad fue tanta que casi llega a enmohecer.
Mas, como en ocasiones anteriores, también pasó. Se revolcó entonces en la tierra, trató de asir sus minerales, dejar que se colara en sus poros, pero el vacío era insaciable, nada lo llenaba. Quizás con fuego...si, tal vez el fuego. Por ello lo atizó fervientemente, quemó la dermis, epidermis, permitió al fuego arrasar con todo. Pero no fue suficiente, allí, como tantas veces estaba el vacío.
Hasta que un día, de tanto vacío se le fue el aire. Como un hoyo negro consumió el oxígeno de sus pulmones. De repente el vacío fue viento, fue agua, tierra y fuego. Invadió todo y penetró hasta el tuétano. Finalmente estaba allí la emoción extrema pero era una nada: apabullante, lacerante, paralizante...y se hundió en ella. Abrazó su éxtasis hasta que le dolió el alma y el dolor se hizo más fuerte, creció como un cáncer, era ya insoportable.
De repente, frente al espejo, allí, el antídoto. El viento, el agua, la tierra, el fuego, el frenesí, el dolor, todos juntos en sus ojos heridos. Los abrazó uno por uno: en las cicatrices de su cuerpo, en las heridas de sus ojos, en los pedazos de alma rota. De repente el vacío se llenó y todo fue luz. Nada estaba bien, nada era perfecto, pero había luz.
Un buen día aquella luz atrajo un cuerpo vestido, un alma desnuda, con luz propia. A través del fulgor de ambos pudieron ver los pedazos deshechos...pero no importó.
                                                                 Fin

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Una aventura

Tres largos minutos pasaron, parecieron eternos y apenas fueron una ínfima fracción de un momento. Exactamente tres minutos eternos me tomó digerir la noticia. ¿Por qué habría de molestarme, por qué quedarme en shock?, a fin de cuentas era algo bueno.
-Entonces... ¿qué te parece?
-Ehee...mmm, es algo excelente. Me alegro por ti. ¿Entonces todo va en serio?
-Si, creo que si. Honestamente me gusta mucho. Es una chica sumamente linda y agradable, seria, trabajadora...Todavía estamos en el principio pero creo que todo puede darse muy bien entre nosotros.
Mientras así hablaba yo esbozaba una sonrisa algo forzada en mis labios y buscaba la manera de que no se notara en mi rostro el tinte de descontento que me había producido su feliz comunicado.
Ciertamente no había razón alguna para disgustarme de que hubiera estado saliendo con una chica, él y yo éramos simples amigos, siempre bien plantados en la friendzone. Él, un soltero hasta el momento con todos sus derechos y yo una mujer bien casada y por demás con una hija. Nada había entre nosotros, nada que aludiera a una relación de tipo amorosa pero no podía afirmar precisamente que el acontecimiento me hubiera hecho feliz.
No pude ocultarlo por mucho tiempo. El displacer se dibujó en mi rostro y él lo notó. -Veo que no te hace gracia del todo.- afirmó
-No, no, nada de eso. Es muy...muy bueno.-dije intentando disimular.
De repente acercó su mano a mi rostro y movió un mechón de pelo que me caía sobre los ojos. Me miró largamente con aquellos ojos color café inquietos y soñadores y dulcemente sentenció:
-Bien sabes que nunca hemos ido a ningún lugar con esta relación tan extraña. Ya es hora de que yo también tenga mis relaciones afianzadas. Quiero en algún momento tener lo que tienes tú.
Solo atiné a bajar la cabeza mientras concordaba con la veracidad de su criterio. Hacían alrededor de 5 años que nos habíamos conocido, coincidencia en un foro científico sobre comunicación.
-¿Me puedo sentar a tu lado?-le pregunté al conocerlo y luego de recibir una respuesta afirmativa comenzó nuestra amistad. Luego de unos dos años de comunicación vía correo y muy ocasional me decidí a confesarle, cierto día que siempre me había parecido atractivo, que me gustaba y no como amigo, más bien como un hombre.
Mi posición no era la más adecuada. Solo me limité a afirmar, mas nada podía reclamar. Yo tenía un compromiso bien estable, una hermosa bebé, una familia que aunque no de ensueño, era el centro de mi vida. Amaba a mi esposo, amaba la familia que había formado, amaba por sobre todas las cosas a mi hija pero era una etapa abrumadora por la cual estaba atravesando, aquella confesión había resultado un escape, una forma de demostrarme a mí misma que yo tenía valor, que yo podía. También no dejaba de ser cierto que él me atraía bastante. Algo en mi reclamaba la posibilidad de un flirteo, ese deseo humano innato de buscar el peligro, de sentirnos al borde del abismo de forma casi constante.
Durante 20 minutos no hablamos mucho más, apenas algún que otro comentario trivial sobre asuntos nimios, terminamos el café y nos dirigimos a la calle. El problema del transporte no resultó complejo esta vez, tomamos el mismo taxi, la música por suerte no era estridente y el viaje fue tranquilo. Mi ánimo no toleraba la incomodidad habitual del transporte público en la ciudad. Casi llegaba a mi destino y me invadió un impulso. Sentía el sabor a despedida definitiva en el aire, el silencio entre nosotros era constante. No quería terminar el día así. lentamente deslicé mi mano sobre la suya y busqué su mirada. Intenté dibujar en mi rostro mi mejor sonrisa de aprobación y él me miró algo serio. Al menos quedaba el consuelo de que había hecho mi mejor esfuerzo. Hice el ademán de levantarme pero me agarró del brazo.
No puedo afirmar que los sucesos posteriores me hayan disgustado aunque el recuerdo aparece como una nebulosa, un sueño increíble. Cuando me di cuenta estaba con mis labios atrapados entre los suyos, deshaciéndome de su ropa y recorriendo cada palmo de su cuerpo, permitiendo que hiciera lo mismo con el mío.
La historia se repetía. Hacía un año aproximadamente nos habíamos envueltos en la misma situación y acordamos en aquel entonces que no se repetiría jamás. Sin embargo allí estábamos: enredados, sumisos, febriles por el deseo. Y aquella fue la gran combustión de una pasión fugaz e intensa, brillo como supernova y con igual fuerza terminó.